Rosa está muy contenta porque le acaban de ofrecer un puesto de trabajo que le hace ilusión y que le implica irse a vivir a Singapur. La familia le acompañará.

Rosa me lo cuenta con alegría, con el cuerpo ágil y brillo en los ojos.

A continuación, empieza a hacerse las siguientes preguntas:

¿Cómo dejo a mi equipo actual en relación con los cambios que están habiendo en la Organización?, ¿cuál será la mejor estructura del área con estos cambios?, ¿quién tendría que sucederme?, ¿cuál será el mejor colegio allí para mis hijos?,¿cómo mi pareja va a encontrar trabajo o a socializar allí?

Automáticamente se encoge y se apaga el brillo de sus ojos. Le sobreviene un peso en la espalda, a modo de mochila.

¿Quién ha de resolver todas estas cuestiones? ¿quién ha de tener las respuestas? ¿quién ha de tomar las decisiones?

Rosa lo está viviendo como si ella “tuviese que “fuese la responsable de encontrar las soluciones a todo ello tomar todas las decisiones ella sola: su sucesor, la relación del equipo que queda con la Organización, el futuro trabajo o entretenimiento de su pareja en el nuevo país, la educación y socialización de los hijos…

Hasta que encontró la declaración mágica: NO SÉ.

La dijo primero con curiosidad, pues toda la mochila se transformó en un camino a explorar y no como soluciones a “tener que” saber. Y luego con  alegría, pues se da cuenta de que el camino a explorar es compartido! con otras personas que también son responsables y están involucradas.

Rosa se siente mucho más liviana.  Para mantenerse en esa liviandad decide poner una etiqueta de NO SÉ en el reverso del teléfono móvil, que está con ella cada minuto. Así cada vez que alguien le haga o que ella misma se haga una de estas preguntas, responderá NO SÉ con una sonrisa y se hará la siguiente pregunta:

¿Con quién ha de hablar para tomar una decisión conjuntamente? ¿con quién no ha de hablar ni tan solo, sino permitir que cada uno decida lo que le corresponde?

Por supuesto, al finalizar exclamo lo habitual: ¡qué obvio era!

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